Un improbable unificador
Las Naciones Unidas y Libia. La indignación ocasionada por el régimen de Gadafi hace renacer a las agobiadas instituciones.
La ONU suspendió la participación de Libia en el Consejo de Derechos Humanos.
Esta ha sido una buena semana para aquellos que todavía tienen esperanzas de que la mayoría de las naciones del mundo puedan ser inducidas a acogerse a ciertos estándares de un comportamiento decente - y luego mantener sus promesas. El déspota libio, Muammar Gadafi, puede atribuirse el mérito.
Ya fuera motivado por una verdadera indignación por las acciones del Coronel Gadafi o sencillamente por miedo a quedar en el lado equivocado de la historia, países de todo tipo de ideologías mostraron una increíble unidad en condenar y aislar al régimen libio. El 25 de febrero el Consejo de Derechos Humanos (CDH), un organismo de las Naciones Unidas (ONU) en el cual un grupo rotativo de 47 países tienen escaños, propuso que el gobierno libio fuera despedido de sus filas. El primero de marzo la Asamblea General de la ONU - la cual, para el espanto de muchos, eligió a Libia para formar parte del consejo el pasado mayo - se retractó y acordó la expulsión sin mediar una votación. El único en protestar estentóreamente fue Venezuela, cuyo enviado exhortó a los Estados Unidos y a sus aliados a suspender sus "planes para invadir Libia".
Esa casi unanimidad fue una sorpresa para aquellos que consideran la asamblea como un club de dictadores y el consejo de derechos como profundamente defectuoso. Esos críticos citan la implacable condena a Israel de parte del consejo y su actitud altiva sobre la libertad de expresión. Hasta la embajadora de los Estados Unidos ante el consejo cuando salió de la votación en Ginebra lucía encantada: ella esperaba un difícil debate, pero la moción anti-Gadafi resultó airosa. Su jefa, Hillary Clinton, también ronroneó de satisfacción cuando visitó Suiza unos días más tarde. Dijo la secretaria de estado que durante la votación sobre Libia "vimos lo mejor de este consejo" - aunque añadió que la institución tiene muchas deficiencias.
El 26 de febrero hubo otra agradable sorpresa para los idealistas liberales, cuando el Consejo de Seguridad de la ONU, unánimemente acordó (junto a otras medidas punitivas) solicitar al acusador de la Corte Penal Internacional (CPI), indagar sobre la crisis en Libia. El que Rusia y China votasen a favor de dicha moción fue algo contrario a su naturaleza. A pesar de que ellos permitieron que el CPI, en el 2005, investigara el Sudán, muchos creían que esfuerzos subsiguientes para enviar dictadores a la corte sería opuesto por Moscú y Beijing. Según Richard Dicker de Human Rights Watch, el voto 15-0 para castigar e investigar a Libia fue una reivindicación del ideal del CPI: combatir crímenes que "horrorizan la conciencia" de la humanidad.
La envergadura de la coalición anti-Gadafi es también una bendición para Barack Obama. Él ha asumido riesgos políticos al relacionarse con el CDH - un organismo que el gobierno de Bush pensaba que era demasiado terrible para tocarlo - y al trabajar con el CPI, aun cuando Estados Unidos todavía no forma parte de la corte.
Pero ¿cuántas más sorpresas felices se pueden esperar del consejo? Teniendo en cuenta que entre sus miembros se encuentran Angola, Malasia, Tailandia y Uganda - que difícilmente se pueden considerar dechados de libertades civiles - los desencantos parecen más probables. La semana pasada, mientras la mayoría de la gente tenía la mira puesta en Libia, el CDH estropeaba la oportunidad de poner la casa en orden. Después de un análisis de su propio record desde que fue creado hace cinco año, el consejo presentó un documento que desvaneció las esperanzas de cambio. Los intentos para dar mayor libertad de acción al Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU - un puesto que ahora desempeña Navi Pillay, un juez sudafricano, fueron bloqueados. Peter Splinter de Amnistía Internacional, un grupo de defensa, comparó el proceso de revisión a un "elefante dando a luz a una cucaracha".
Entretanto, UN Watch, un grupo de cabilderos que contrarresta las críticas de la ONU a Israel, alegremente recuerda los elogios que muchos miembros del consejo ofrecieron sobre Libia cuando el país estaba siendo analizado hace unos meses. Irán "valoró" la nueva agencia de derechos humanos del gobierno libio y su "ambiente favorable para las ONG"; Siria estaba impresionada por "un régimen democrático que promueve el empoderamiento de la gente"; y Corea del Norte elogió los logros de Libia "en la protección de los derechos humanos, especialmente... los derechos económicos y sociales".
A menos que algo impida la revisión de Libia, todas estas expresiones, junto con otros comentarios mucho más severos del Occidente, formaran parte del informe que deberá someterse a consideración este mes. Es inminente también la decisión de nombrar un relator para que investigue los abusos de derechos humanos en Irán. Algunas delegaciones se oponen a esto, argumentando que no se debe escoger gobiernos en contra de su voluntad. El enfrentar a Irán podría tener un precio más alto que patear al Coronel Gadafi cuando está casi derrotado.
© 2011 The Economist Newspaper Limited. All rights reserved. De The Economist, traducido por Diario Libre y publicado bajo licencia. El artículo original en inglés puede ser encontrado en www.economist.com
Ya fuera motivado por una verdadera indignación por las acciones del Coronel Gadafi o sencillamente por miedo a quedar en el lado equivocado de la historia, países de todo tipo de ideologías mostraron una increíble unidad en condenar y aislar al régimen libio. El 25 de febrero el Consejo de Derechos Humanos (CDH), un organismo de las Naciones Unidas (ONU) en el cual un grupo rotativo de 47 países tienen escaños, propuso que el gobierno libio fuera despedido de sus filas. El primero de marzo la Asamblea General de la ONU - la cual, para el espanto de muchos, eligió a Libia para formar parte del consejo el pasado mayo - se retractó y acordó la expulsión sin mediar una votación. El único en protestar estentóreamente fue Venezuela, cuyo enviado exhortó a los Estados Unidos y a sus aliados a suspender sus "planes para invadir Libia".
Esa casi unanimidad fue una sorpresa para aquellos que consideran la asamblea como un club de dictadores y el consejo de derechos como profundamente defectuoso. Esos críticos citan la implacable condena a Israel de parte del consejo y su actitud altiva sobre la libertad de expresión. Hasta la embajadora de los Estados Unidos ante el consejo cuando salió de la votación en Ginebra lucía encantada: ella esperaba un difícil debate, pero la moción anti-Gadafi resultó airosa. Su jefa, Hillary Clinton, también ronroneó de satisfacción cuando visitó Suiza unos días más tarde. Dijo la secretaria de estado que durante la votación sobre Libia "vimos lo mejor de este consejo" - aunque añadió que la institución tiene muchas deficiencias.
El 26 de febrero hubo otra agradable sorpresa para los idealistas liberales, cuando el Consejo de Seguridad de la ONU, unánimemente acordó (junto a otras medidas punitivas) solicitar al acusador de la Corte Penal Internacional (CPI), indagar sobre la crisis en Libia. El que Rusia y China votasen a favor de dicha moción fue algo contrario a su naturaleza. A pesar de que ellos permitieron que el CPI, en el 2005, investigara el Sudán, muchos creían que esfuerzos subsiguientes para enviar dictadores a la corte sería opuesto por Moscú y Beijing. Según Richard Dicker de Human Rights Watch, el voto 15-0 para castigar e investigar a Libia fue una reivindicación del ideal del CPI: combatir crímenes que "horrorizan la conciencia" de la humanidad.
La envergadura de la coalición anti-Gadafi es también una bendición para Barack Obama. Él ha asumido riesgos políticos al relacionarse con el CDH - un organismo que el gobierno de Bush pensaba que era demasiado terrible para tocarlo - y al trabajar con el CPI, aun cuando Estados Unidos todavía no forma parte de la corte.
Pero ¿cuántas más sorpresas felices se pueden esperar del consejo? Teniendo en cuenta que entre sus miembros se encuentran Angola, Malasia, Tailandia y Uganda - que difícilmente se pueden considerar dechados de libertades civiles - los desencantos parecen más probables. La semana pasada, mientras la mayoría de la gente tenía la mira puesta en Libia, el CDH estropeaba la oportunidad de poner la casa en orden. Después de un análisis de su propio record desde que fue creado hace cinco año, el consejo presentó un documento que desvaneció las esperanzas de cambio. Los intentos para dar mayor libertad de acción al Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU - un puesto que ahora desempeña Navi Pillay, un juez sudafricano, fueron bloqueados. Peter Splinter de Amnistía Internacional, un grupo de defensa, comparó el proceso de revisión a un "elefante dando a luz a una cucaracha".
Entretanto, UN Watch, un grupo de cabilderos que contrarresta las críticas de la ONU a Israel, alegremente recuerda los elogios que muchos miembros del consejo ofrecieron sobre Libia cuando el país estaba siendo analizado hace unos meses. Irán "valoró" la nueva agencia de derechos humanos del gobierno libio y su "ambiente favorable para las ONG"; Siria estaba impresionada por "un régimen democrático que promueve el empoderamiento de la gente"; y Corea del Norte elogió los logros de Libia "en la protección de los derechos humanos, especialmente... los derechos económicos y sociales".
A menos que algo impida la revisión de Libia, todas estas expresiones, junto con otros comentarios mucho más severos del Occidente, formaran parte del informe que deberá someterse a consideración este mes. Es inminente también la decisión de nombrar un relator para que investigue los abusos de derechos humanos en Irán. Algunas delegaciones se oponen a esto, argumentando que no se debe escoger gobiernos en contra de su voluntad. El enfrentar a Irán podría tener un precio más alto que patear al Coronel Gadafi cuando está casi derrotado.
© 2011 The Economist Newspaper Limited. All rights reserved. De The Economist, traducido por Diario Libre y publicado bajo licencia. El artículo original en inglés puede ser encontrado en www.economist.com
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