Reflexion que llega al Alma"SACERDOTE CELESTIAL" www.lacostanorte.com
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Sacerdote celestial
En cambio se presentó Cristo como sumo sacerdote de los bienes futuros, a través de una tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Y penetró en el santuario una vez para siempre (Hebreos 9: i 1, 12, Bj).
OTRA CARACTERÍSTICA QUE DISTINGUE el sacerdocio de Cristo del sacerdocio levítico es la siguiente: el Señor ejerce su ministerio en el cielo, no en la tierra.
Se nos dice: «Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos» (Heb. 4: 14). «Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec» (Heb. 6: 19, 20).
El sacerdocio espiritual de Cristo es superior porque ejerce su ministerio en el cielo, en la presencia de Dios; ministra en el santuario celestial: «Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, aquel que se sentó a la derecha del trono de la Majestad en el cielo, el que sirve en el santuario, es decir, en el verdadero tabernáculo levantado por el Señor y no por ningún ser humano» (Heb. 8: 1, 2).
El sumo sacerdote humano desempeñaba su función solo una vez al año, entre las cortinas y el humo del incienso. Llevaba a cabo sus tareas en un santuario, portátil o permanente, pero hecho por la mano del hombre. Cristo, por el contrario, está en la presencia de Dios, desde donde ejerce sus funciones sacerdotales a favor de su pueblo, en un santuario levantado por Dios. Por eso la fe cristiana, comparada con la fe levítica, es una esperanza más firme y segura. Se nos dice: «Cristo es el Ministro del verdadero tabernáculo, el Sumo Sacerdote de todos los que creen en él como un Salvador personal; y ningún otro puede tomar su oficio» (A fin de conocerle, p. 75).
Expiación definitiva
¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros (Romanos 8: 34).
EL SUMO SACERDOTE entraba una vez al año al lugar santísimo, en el Día de la Expiación, para hacer la expiación definitiva y total de los pecados del pueblo. Pero tenía que hacerlo todos los años. Su servicio de expiación no terminaba nunca. Esto ya nos dice que el sistema implicaba imperfección; propia de la humanidad. En cambio, el sacerdocio de Cristo en el santuario celestial carece de este límite. Se nos dice que «Cristo, por el contrario, al presentarse como sumo sacerdote de los bienes definitivos en el tabernáculo más excelente y perfecto, no hecho por manos humanas (es decir, que no es de esta creación), entró una sola vez y para siempre en el lugar santísimo» (Heb. 9: 11, 12). Su ministerio es perfecto. Él lo hizo una sola vez y para siempre.
Los sacerdotes terrenales tenían que presentar las ofrendas continuamente, para que se prometiera expiación del pecado. Cristo, en cambio, «no lo hizo con sangre de machos cabríos y becerros, sino con su propia sangre, logrando así un rescate eterno» (Heb. 9: 12). «Al contrario, ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez y para siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo» (Heb. 9: 26). El sacerdocio de Cristo no es un ministerio limitado y transitorio. Mediante el sacrificio de sí mismo logró una expiación eficiente y efectiva.
Los servicios sacerdotales del santuario terrenal eran sombra y figura del ministerio de Cristo en el cielo. Meditemos en estas palabras: «La fe en la expiación e intercesión de Cristo nos mantendrá firmes e inconmovibles en medio de las tentaciones que oprimen a la iglesia militante. Contemplemos la gloriosa esperanza que es puesta ante nosotros, y aferrémonos de ella por fe [...]. Ganamos el cielo no por nuestros méritos, sino por los méritos de Cristo [...]. No se centralice vuestra esperanza en vosotros mismos, sino en Aquel que ha entrado dentro del velo» (Afín de conocerle, p. 80).
Que Dios te bendiga.
reflexiones-cristianas.org
En cambio se presentó Cristo como sumo sacerdote de los bienes futuros, a través de una tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Y penetró en el santuario una vez para siempre (Hebreos 9: i 1, 12, Bj).
OTRA CARACTERÍSTICA QUE DISTINGUE el sacerdocio de Cristo del sacerdocio levítico es la siguiente: el Señor ejerce su ministerio en el cielo, no en la tierra.
Se nos dice: «Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos» (Heb. 4: 14). «Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec» (Heb. 6: 19, 20).
El sacerdocio espiritual de Cristo es superior porque ejerce su ministerio en el cielo, en la presencia de Dios; ministra en el santuario celestial: «Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, aquel que se sentó a la derecha del trono de la Majestad en el cielo, el que sirve en el santuario, es decir, en el verdadero tabernáculo levantado por el Señor y no por ningún ser humano» (Heb. 8: 1, 2).
El sumo sacerdote humano desempeñaba su función solo una vez al año, entre las cortinas y el humo del incienso. Llevaba a cabo sus tareas en un santuario, portátil o permanente, pero hecho por la mano del hombre. Cristo, por el contrario, está en la presencia de Dios, desde donde ejerce sus funciones sacerdotales a favor de su pueblo, en un santuario levantado por Dios. Por eso la fe cristiana, comparada con la fe levítica, es una esperanza más firme y segura. Se nos dice: «Cristo es el Ministro del verdadero tabernáculo, el Sumo Sacerdote de todos los que creen en él como un Salvador personal; y ningún otro puede tomar su oficio» (A fin de conocerle, p. 75).
Expiación definitiva
¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros (Romanos 8: 34).
EL SUMO SACERDOTE entraba una vez al año al lugar santísimo, en el Día de la Expiación, para hacer la expiación definitiva y total de los pecados del pueblo. Pero tenía que hacerlo todos los años. Su servicio de expiación no terminaba nunca. Esto ya nos dice que el sistema implicaba imperfección; propia de la humanidad. En cambio, el sacerdocio de Cristo en el santuario celestial carece de este límite. Se nos dice que «Cristo, por el contrario, al presentarse como sumo sacerdote de los bienes definitivos en el tabernáculo más excelente y perfecto, no hecho por manos humanas (es decir, que no es de esta creación), entró una sola vez y para siempre en el lugar santísimo» (Heb. 9: 11, 12). Su ministerio es perfecto. Él lo hizo una sola vez y para siempre.
Los sacerdotes terrenales tenían que presentar las ofrendas continuamente, para que se prometiera expiación del pecado. Cristo, en cambio, «no lo hizo con sangre de machos cabríos y becerros, sino con su propia sangre, logrando así un rescate eterno» (Heb. 9: 12). «Al contrario, ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez y para siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo» (Heb. 9: 26). El sacerdocio de Cristo no es un ministerio limitado y transitorio. Mediante el sacrificio de sí mismo logró una expiación eficiente y efectiva.
Los servicios sacerdotales del santuario terrenal eran sombra y figura del ministerio de Cristo en el cielo. Meditemos en estas palabras: «La fe en la expiación e intercesión de Cristo nos mantendrá firmes e inconmovibles en medio de las tentaciones que oprimen a la iglesia militante. Contemplemos la gloriosa esperanza que es puesta ante nosotros, y aferrémonos de ella por fe [...]. Ganamos el cielo no por nuestros méritos, sino por los méritos de Cristo [...]. No se centralice vuestra esperanza en vosotros mismos, sino en Aquel que ha entrado dentro del velo» (Afín de conocerle, p. 80).
Que Dios te bendiga.
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